El Mototaxi

Libro 1 de "El Mototaxi"

Capítulo 49. El Sur.

El Hotel Hemisférico quedaba a menos de 500 metros del Aeropuerto. O al menos eso querían ellos que los clientes creyeran. Sin embargo, luego de casi 35 minutos de viaje en plena madrugada bogotana, Nane empezó a comprender que otra vez le habían mentido.

El conductor de la buseta que lo llevaba desde aquel lugar hasta el aeropuerto debió advertir la confusión de Nane y los otros pasajeros, puesto que se apresuró a anotar que las obras en la Avenida del Aeropuerto, hacían mucho más demorado el trayecto. Eran las 4:30 de la mañana y Nane estaba despierto desde las 3, gracias a la muy pertinente llamada desde la recepción.

El aeropuerto, a pesar del frío y de la hora, era un hervidero de gente. Nane de inmediato reconoció el mostrador de la aerolínea y se dispuso a hacer la fila. Habían unas 30 personas delante de él. “Tendría que haber madrugado más” pensó.

La última llamada de la noche anterior había sido del fiscal encargado del asesinato de su padre. Nada. Habían encontrado huellas digitales y la sangre del homicida, pero no había forma de conocer la identidad del sujeto. A Nane no le sorprendió. Si había algo en lo que no creía era en la justicia colombiana.

Su tío Francisco había sido asesinado y de no haber sido por Laura y Pechi, su crimen hubiese quedado impune, puesto que por fuera de los testimonios recibidos los investigadores nunca hallaron una prueba. Lo lógico era pensar que iba a suceder lo mismo con su papá. No era que no quisiera justicia, sólo que sabía que no la conseguiría por los medios tradicionales. Pero para eso estaba su madre, no él. En efecto Ludis le había dado la bendición para su viaje, no sin antes recriminarle el haber terminado con Cindy y anunciando a viva voz que no iba a descansar hasta que los asesinos de su marido se pudrieran en una tumba, o en una cárcel. Nane le creía.

La muchacha que lo atendió en el mostrador sonreía. Nane entregó los documentos y la maleta y recibió a cambio el tiquete y el comprobante de su equipaje. De camino al segundo piso, a las puertas de abordaje, miró la hora en su celular. 5:10 de la mañana.

Nane pasó por la aburrida revisión que garantizaba que no llevaba drogas, ni armas, ni una bomba atómica escondida en su ropa o en su estómago. Arriba, el aeropuerto parecía más un centro comercial, de hecho le pareció que el conjunto de pabellones, quiscos y puestos de venta era mucho más completo que El Fresno, en Sincelejo. Para desayunar Nane se comió las empanadas más caras que había comprado su vida, junto con el café más desagradable que había podido probar. Botó todo sin terminarlo y se dirigió a su puerta de embarque, la número 10.

Ya había varios pasajeros esperando. Nane sacó su celular recién comprado. No pasó por alto el hecho de que Pechi se había deshecho de su celular cuando se fue de Sincelejo haciendo imposible localizarlo. Nane sólo tenía tres números en su nuevo celular: Laura, Pechi y Alex. Ni siquiera Ludis. Ya habría tiempo de ponerse en contacto con ella, pero si había a alguien que quería fuera de su mente durante ese viaje era a su madre. Bueno a ella y a Cindy.

De pronto se escuchó el anuncio de abordaje. Nane hizo la kilométrica fila hasta el túnel de entrada y luego de entrar al avión encontró rápidamente su silla. 10F. Se acomodó y colocó su morral debajo del asiento. Sólo quería dormir. Pasaron casi 30 minutos más hasta que sintió que el avión se movía. Poco después del despegue sintió el golpe de nostalgia. Nunca hasta ese momento se había embarcado en un avión con rumbo fuera del país.

Al lado de Nane iban un anciano que durmió todo el viaje a Lima y una muchacha demasiado bulliciosa para su gusto. Afortunadamente Nane se llevó un libro abordo. Cien Años de Soledad. Era el único libro que había leído más de una vez y cuya lectura hacía volar su imaginación y olvidar la avalancha de cosas tristes que le habían sucedido últimamente. No iba ni por el tercer capítulo cuando el avión llegó a Lima. El transbordo tendría lugar dentro de una hora exacta, así que Nane se dio a deambular por el lugar. El aeropuerto de Lima no sólo era mucho más amplio y sobrio que el de Bogotá, sino que a leguas se notaba mucho mejor organizado y mejor distribuido. Aún no era hora de almorzar decidió empezar a darle uso a sus dólares con la compra de un sándwich cubano.

El vuelo de Lima a Buenos Aires fue mucho menos entretenido y sí mucho más largo. A su lado, ahora iba una mujer de tez morena, gorda y de lengua fácil, aunque evidentemente su acento era caribeño, sus palabras demostraban otro origen. No era colombiana. Le recordó a la Negra Alegría.

El día del entierro de Tito Mansur, la Negra Alegría había ido a la casa desde temprano y desplazó a Poli, que era hija suya, de las labores de la cocina. La diligente mujer, pese a sus años, era más servicial y eficiente que cualquiera de sus hijas. Atendió a todos los que fueron a darle el pésame a él y a Ludis como si fueran reyes y hasta le sirvió de paño de lágrimas cuando él regreso deshecho, luego de romper con Cindy.

-Estoy segura de que ese sueño significa mucho más que eso- le dijo la Negra Alegría- tienes que encontrar el libro que te dije.

Pero era más fácil decirlo que hacerlo. Nane no tenía ni idea de dónde encontrar al tal Ahmed Mansur. La única pista que tenía se la había dado su tío Toño, que logró precisar que había una tía suya que vivía en Bogotá, que era prima hermana del tal Ahmed. Quizás ella podría ayudarlo.

Nane se embarcó al día siguiente con la dirección de aquella mujer. Emilia Mansur. Llegó el mismo domingo, por la noche a la dirección indicada en Rosales, al norte de la ciudad.

Nane tocó el timbre dos veces. Abrió un muchacho tan parecido a él que quedó sorprendido. Al parecer lo mismo le había pasado a su interlocutor.

-Buenas noches, a la orden- dijo el muchacho que tendría la misma edad de Nane.

-Sí, buenas, busco a la señora Emilia Mansur.

-Sí, aquí, es… disculpa, es que… ¿nos conocemos?

-No, no creo, pero creo que somos familia- dijo Nane tendiéndole la mano- Miguel Ángel Mansur.

-¿Mansur? Entonces si debes ser familia de mi mamá. Espera un momento.

El muchacho cerró la puerta y luego se escuchó un grito del otro lado “¡MA!” seguido de unas voces en tono muy bajo. La puerta se volvió a abrir. Esta vez una mujer bellísima, a pesar de sus años abrió la puerta. Tenía el cabello negro lacio, recogido en la parte de atrás, las cejas perfectamente delineadas y vestía con un gusto excelente.

-Sí, buenas noches- dijo ella.

-Buenas noches ¿Usted es Emilia Mansur?

-¿Quién la solicita?

-Yo soy Miguel Ángel Mansur, soy hijo de Alberto Mansur, el Tito, sobrino de Antonio Mansur, el me dijo donde podía encontrarla.

La mujer miró a Nane con curiosidad.

-Tienes algo de los Mansur, no cabe duda, aunque al igual que Samir, ya casi no se te nota. Adelante.

Samir era el muchacho que le había abierto la puerta. El apartamento era grande y espacioso y decorado con muy buen gusto. Le llamó la atención especialmente la pintura que dominaba la sala. Una mujer vestida de negro en medio de un desierto.

-Siéntese, primo – le dijo Samir.

-Bueno, Miguel Ángel, no creo que hayas venido hasta aquí solamente a conocer a tu familia lejana ¿Qué necesitas?- preguntó Emilia Mansur directamente.

-Estoy buscando a un pariente nuestro y quizás usted me puede ayudar.

-¿A quién buscas?

-A Ahmed Mansur, el hermano menor de mi abuelo Anwar.

Emilia subió la ceja izquierda.

-Creo que tendrás que hacer un viaje muy largo para encontrarlo, Miguel Ángel. Ahmed vive en Argentina.

Fue así como Nane tomó la decisión de irse a Buenos Aires a buscar a Ahmed Mansur. De acuerdo con la información que le suministró Emilia, su tío vivía en pleno centro de Buenos Aires, en San Telmo. Emilia le confesó que tenía mucho tiempo de no ver a Ahmed y que no hablaba con él desde que fuera su anfitrión en algún viaje que la familia hiciera a Buenos Aires hacía más de tres lustros. Sin embargo tendría por donde empezar a buscar.

Cuando el avión aterrizó, atardecía en Buenos Aires. Nane iba preparado para lo que le esperaba. Agosto era un mes de invierno en el sur y se había llevado una gruesa chaqueta negra y unos guantes del mismo color y espesor. Un gorro de lana remataba el conjunto. A pesar de todas las precauciones, Nane no pudo dejar de sentir el corazón en la mano cuando percibió el aire congelado del sur, surcando su cara. Sacó la bufanda y cubrió su nariz y su boca por completo. Otros de los pasajeros que iban con él en el avión hicieron lo mismo, luego de pasar por el registro.

Nane se vio perdido en medio del Aeropuerto Eseiza. Había investigado un poco y sabía que quedaba retirado del Gran Buenos Aires y que debía tomar un taxi, pero una cosa era leerlo y otra cosa estar allí en medio de la congestión de pasajeros y gente en acentos extraños y buscar transporte.

Finalmente vio una fila de personas frente a un anuncio verde con un vehículo pintado. Tuvo suerte de que en efecto allí si se contrataban taxis. Lo que no esperaba era tener que esperar 45 minutos para que su servicio llegara y lo sacara de allí.

Viendo por la ventana del taxi, Nane pudo ver lo diferente que era todo en aquella latitud, los árboles, las nubes y hasta la forma en que brillaba el sol eran disímiles a cualquier cosa que él hubiese podido conocer. Recorrió con la mirada, sin espabilar, las primeras casas de aquella ciudad desconocida, las avenidas, y hasta los mendigos en los bulevares le provocaron tal fascinación que el taxista tuvo que gritarle con su característico acento porteño para avisarle que habían llegado al hotel. Nane despertó de su fascinación y pagó en dólares contantes y sonantes.

Ya estaba anocheciendo cuando terminó de hacer el check-in en el Hotel Asykar, a unas cuadras de una autopista en medio de casas que no serían tan antiguas como parecían. Ya se dirigía con el botones a su cuarto, el 1004, cuando escuchó la voz de una mujer, justo detrás de él.

-¿Nane? ¿Eres tú?

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